sábado, 22 de septiembre de 2012

LA DISPUTA POR EL TERRITORIO Y EL CONTROL DE LA POBLACIÓN

“La estrategia de conflicto y militarización es para sacarnos del territorio y permitir la entrada a multinacionales y megaproyectos y dejarnos con los brazos cruzados”, declara Dora Muñoz.

Las comunidades indígenas han decidido no desplazarse y se organizan en asambleas permanentes, en “sitios o lugares donde la gente se reúne cuando hay este tipo de conflictos armados. Comúnmente son escuelas, canchas de básquet de la comunidad, salones comunales, lugares públicos, donde se concentra la gente mientras pasa el conflicto y la situación se normaliza. Esto ha funcionado e impedido que la gente salga a las ciudades a desplazarse y mendigar, y que el territorio se quede abandonado”, advierte la comunicadora indígena.

En los últimos días el conflicto se ha intensificado, relata Muñoz: “en el territorio nosotros decimos ‘ni un tiro más, no aguantamos más’, son muchos muertos, muchos huérfanos, muchas vidas. Nosotros no somos parte del conflicto, nos están involucrando. Exigimos respeto a la vida no sólo de las personas, sino de todo lo que está en el entorno: de la naturaleza, la tierra, los árboles, la Madre Tierra. Los árboles y los animales también se mueren, todos hemos vivido las afectaciones de un conflicto que no nos pertenece. Es un conflicto de poderes que nos pone en medio a padecer las consecuencias”, explica.

En días pasados, en Toribío, al norte del Cauca, el presidente Juan Manuel Santos anunció el arribo de más fuerza pública en esa zona. Las comunidades indígenas se manifestaron en ese lugar exigiendo “No más militarización de los pueblos indígenas”.

En Miranda, municipio cerca de Toribío, desde hace dos meses existen comunidades desplazadas por el conflicto, pues tanto el ejército como la guerrilla han ocupado viviendas, parcelas, escuelas y lugares de trabajo de la comunidad. Existen más de cien indígenas y campesinos desplazados que no pueden regresar, porque en sus casas está el ejército y en las parcelas la guerrilla.

“Ambos grupos armados” señala Dora Muñoz “minaron las cercanías de las casas de la población y los militares ocuparon la cancha de la comunidad. Por esta razón, las comunidades de la parte alta de Miranda realizaron una marcha por veredas hasta el poblado pidiendo una audiencia pública a los grupos armados para que se salieran del territorio. Esto no sucedió, y el ejército arremetió contra la población, resultando una persona muerta y varias niños y hombres mayores heridos”.

Al hacer esta movilización y no haber respuesta positiva, la población decidió ir a sacar a los grupos armados de las casas y del territorio. Algunos militares salieron, pero luego regresaron con el argumento de que “mientras exista la guerrilla ellos van a estar en el territorio, y que no hay lugar en Colombia donde ellos no puedan estar”, relata la integrante del movimiento indígena.

La iniciativa en el municipio de Miranda, de expulsar los grupos armados ha provocado amenazas a las autoridades indígenas. Dora Muñoz comenta: “apenas el 24 de julio de este año los militares hirieron a una guardia indígena, uno de ‘los cuidadores del territorio’, quienes siempre están al tanto de lo que sucede, de los movimientos y acciones que hacen los grupos armados y de cuando suceden confrontaciones armadas”.

Después de que un artefacto explosivo lanzado por miembros de la guerrilla impactó en un salón de atención a la salud, en la comunidad de Toribío, con el saldo de[G1] [1] siete personas heridas, entre ellas una enfermera a la que se le tuvo que amputar una extremidad[G2] [2] . La comunidad se reunió en asamblea y decidió desalojar a los grupos armados.

“Fue así como la gente de la comunidad salió a desbaratar los lugares donde se resguardan los militares, como las trincheras que se ubican cerca de viviendas o de escuelas. La comunidad todos estos sitios y lo mismo pasó en el cerro de Berlín, que es un lugar sagrado, donde se instaló una base militar y se encuentra una antena de telefonía celular [G3] [3] Las autoridades comunitarias fueron a pedirles[G4] [4] a los militares que se salieran, que ellos iban a ocupar ese lugar como legítimos dueños. La fuerza pública se negó diciendo que tenían orden de estar allí para cuidar la población civil”.

El primer día la gente se quedó acampando cerca de los militares. El segundo día decidió sacarlos. Entonces se destruyeron las trincheras que se encontraban alrededor de la torre de telefonía, y se taparon los huecos que hacen para meterse allí, relata Muñoz.

Estos cerros y montañas son sitios sagrados para los Nasa, en ellos se realizan ceremonias y rituales; cada dos años se hace el cambio de autoridad, el “refrescamiento de varas”, que son los bastones de mando. Dicho ritual se realiza en la parte más alta de un cerro o en laguna, donde se pide a la Madre Tierra sabiduría para orientar el territorio y fuerza para la comunidad

La fiesta de purificación de las semillas es otra de las ceremonias que se realizan en estos cerros. Se purifican las semillas para la siembra, se realiza el trabajo comunitario o “minga”.

En el Cerro del Berlín, municipio de Toribío, donde se desalojaron a los militares, se realiza una fiesta llamada “la apagada de fogón”, en la que se prenden dos hogueras y se junta la comunidad `para comunicarse con los espíritus. Los mayores, explica Dora Muñoz, “ahora piensan que esta casa de los espíritus ha sido profanada, ha sido invadida por los militares”.

“La guerrilla ataca a los militares en los cerros. Lanzan artefactos explosivos que no llegan y caen en el pueblo que está al pie del cerro, razón por la cual las comunidades decidieron sacar a los militares de forma pacífica. Después de esto, vino la arremetida del ejército contra la comunidad. Al día siguiente atacaron con gases, papas explosivas[G5] [5] y disparos, lo que generó una situación más compleja, pues ese mismo día pero en Caldona, otra comunidad cerca de Toribío, el ejército asesinó a un joven indígena que transitaba por la comunidad”, recuerda la entrevistada desde el Cauca.

“Los medios de comunicación y el ejército –continúa- criminalizaron la acción legítima de las comunidades que rescataron los lugares sagrados. Las autoridades comunales decidieron replegarse porque ya había treinta y dos heridos; temían que fuera más fuerte el ataque de los militares y pudiera haber muertos, así que convocaron a la población a reunirse en asamblea permanente”, declara Dora 
Muñoz.

LOS CORAZÓNES Y LAS MENTES

¿Tratarán las Farc, en estas circunstancias, de usar todos los recursos para contrarrestar el avance militar del Estado, incluida la influencia que tengan o el miedo que infundan en el movimiento indígena? El general Alejandro Navas, comandante general de las fuerzas militares, está convencido de que para evitar perder espacios están recurriendo a una “guerra de estratagema”, buscando presionar o infiltrar a los indígenas para ponerlos en contra del Estado y los militares.

Más allá de que la guerrilla sea o no capaz de producir movilizaciones masivas en el Cauca, el hecho es que estas no tendrían lugar sin el caldo de cultivo que han alimentado el abandono y, a menudo, la hostilidad del Estado. Los indios, como lo vienen diciendo desde hace años, no solo sienten que el Estado no ha sido capaz de protegerlos, sino que este los atropella. Su intento de expulsar a los militares puede ser un estiramiento inaceptable de la autonomía indígena más allá de la constitución, pero el Estado está en mora de dar un giro en su política tradicional. La historia de la región está marcada por tomas de tierra, reprimidas por la Policía. Entre 2002 y 2008 se impuso una política en la que primaba la estigmatización de los indígenas, que alejó mucho al Estado de ganar la guerra por “los corazones y las mentes” del pueblo Nasa. Los cultivos ilícitos que florecen sin estorbo son la nueva economía de muchas familias indígenas y caldo de cultivo para el reclutamiento de los jóvenes.
 
¿Es este gobierno conciente del reto? Las señales son contradictorias. Los militares saben, como lo dijo el general Navas, que “si la acción militar del Estado termina echándose en contra a los indígenas, la campaña militar va a ser muy complicada”. A la apuesta militar se le va a sumar un plan masivo de inversión (500.000 millones de pesos anunciados por el Presidente para el Cauca, durante su visita a Toribío), que es indispensable. Pero para remontar la desconfianza histórica de los indígenas frente al Estado, hace falta más que plata.
 
El ex guerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos escribió la semana pasada en El País de España, a propósito de la crisis del cerro Berlín: “Que los habitantes de estas comunidades se atrevan a movilizarse en una protesta bajo un entorno de guerra, es un indicador de pérdida del miedo y también una señal de progreso democrático. Sin duda una parte de ellos responden políticamente a las FARC, pero en tanto no estén armados son civiles con derecho a la protesta social; el uso proporcional de la fuerza y sobre todo el diálogo con ellos es lo democráticamente correcto.” Para él, que el Estado llegue por fin a la Colombia rural profunda, donde las Farc se ha atrincherado en sus áreas históricas, implica retos no solo militares. 
 
Ganarse la confianza de una población que hoy se toma los cerros para desalojar a los militares no será tarea fácil, pero es esencial si el Estado quiere avanzar en esta zona de Colombia. Los gobiernos anteriores, especialmente el de la seguridad democrática, no solo no lo hicieron sino que se pusieron a los indios en contra, buscando dividirlos o estigmatizándolos. Al de Juan Manuel Santos le tomó casi dos años reaccionar ante lo que viene pasando en el Cauca y en esta crisis dio muestras de lentitud y falta de decisión. ¿Será que la imagen del sargento García arrastrado por los indios sirve no solo para el oprobio sino para que, por fin, el Estado se pellizque?

viernes, 21 de septiembre de 2012

LA VARIABLE MILITAR

Lo que mucha gente no sabe es que en el Cauca se prepara una de las más grandes batallas del conflicto armado. El gobierno ha lanzado una de las ofensivas militares contra las Farc más importantes en mucho tiempo y estas, que poco después de la llegada de Cano a su jefatura movieron su eje estratégico hacia la cordillera Central, parecen decididas a todo para contrarrestarla. 

El eje de la confrontación con las Farc pasa hoy por el Cauca. Para ellas, se trata de una zona estratégica. Aquí, en las alturas de la cordillera central, en Santo Domingo, nacieron casi simultáneamente que en Marquetalia. Aquí está, comandando el sexto frente, el sargento Pascuas, el único líder vivo de esa guerrilla contemporáneo de Tirofijo. Aquí, por el corredor de va de Jambaló, a Corinto y Caloto cuentan con una salida de la cordillera Central a la Occidental y al Pacífico, por el que circulan la coca, que se cultiva en la parte baja del primero de esos municipios, y la marihuana de Corinto y Miranda, cuyos invernaderos se ven a veces desde la carretera.
 
Como parte del plan “Espada de Honor”, los militares lanzaron desde febrero una vasta operación que, según afirman los generales a cargo, logró en estos meses cortar el paso de las Farc desde el Cauca hacia el Valle y las ha llevado a concentrarse en una larga línea sobre las montañas que van de Miranda a Toribío y en los cerros en torno a Jambaló (ver mapa). Ahora, los militares de la fuerza de tarea Apolo están intentando empujarlas hacia la parte alta de la ladera occidental de la cordillera Central, hacia la inhóspita región de los nevados, sobre la que otra fuerza de tarea, Zeus (la que obligó a Alfonso Cano a salir de esa zona, en el vecino Tolima, y moverse al suroccidente del Cauca, donde cayó) viene haciendo presión desde el otro lado de la cordillera.
 
Según numerosas fuentes civiles y militares en la región, las Farc han enviado, en grandes números, refuerzos de otros departamentos. “Hay 1.200 terroristas armados”, sostuvo el general Miguel Pérez, en su último día frente a la III División. “No son guerrilleros cualquiera; son fuerzas especiales de ellos”, dice un conocedor en Popayán. Las Farc concentran ahora en el Cauca la que es probablemente la principal capacidad de fuego que tienen en el país. Se avecina una gran batalla, quizá decisiva en esta fase del conflicto armado en Colombia.

¿POR QUÉ SE DESENCADENARON LOS HECHOS DEL 17 DE JULIO?

¿Qué motivó estos estallidos? Desde el uribismo, que aprovechó la sensación de debilidad y de falta de respuesta oportuna que dejó el gobierno para criticarlo –“¿Dónde está la autoridad, qué pasó con el orden?”, trinó Álvaro Uribe– se señaló que las Farc estaban tras la protesta indígena. La OPIC, una asociación indígena afin al ex presidente, habló de complicidad con el narcotráfico y la guerrilla. Acore, la asociación de oficiales retirados, atribuyó lo sucedido a “equivocadas decisiones de carácter político” y fustigó la intervención del juez Garzón.

El propio gobierno se sumó a los señalamientos. El ministro de Defensa habló de infiltración de la guerrilla. El Presidente, al término de su consejo de seguridad, aunque precisó que no acusaba a todos los indígenas de estar confabulados con las Farc, citó un correo en el que Pacho Chino, uno de los jefes de las Farc en el Cauca, llamaba a promover este tipo de protesta, y anunció judicializaciones. Según la Policía del Cauca, se han librado 165 órdenes de captura, 103 contra indígenas, y 42 personas han sido capturadas (23 son indígenas), sobre la base de información contenida en computadores capturados luego de dos bombardeos. Una medida que ha revivido entre los indígenas el fantasma de las capturas masivas.


Sin embargo, no es fácil de creer que un movimiento que lleva años enfrentando a la guerrilla y cuyos integrantes han sido amenazados y asesinados por ella en múltiples ocasiones, obedezca de pronto, masivamente, una orden proveniente del monte para tomarse las bases militares. Las Farc tienen una presencia de larga data en el Cauca, han reclutado a muchos jóvenes indígenas y, por convicción o amenaza, influyen en muchas comunidades en las que el Estado apenas si ha asomado en décadas, pero en el estallido de esta crisis jugó un papel clave algo tan simple como poco visible fuera del Cauca: la desesperación.


El detonante inmediato de las protestas fue el ataque que durante tres días las Farc lanzaron contra Toribío (solo en este año, el pueblo, como otros en la región, ha sufrido más de una docena), que culminó con la explosión de un cilindro en el centro de salud indígena local y graves heridas a dos enfermeras. Como dijo un funcionario del gobierno que conoce de cerca la situación: “Esta pobre gente de Toribío ha aguantado bala cada día, todos estos años. Antes ha aguantado mucho. Lo que está mostrando es desespero. La parte que la gente no ve es que la población está hastiada”.


Hastío y desconfianza, y no infiltración, pueden ser las palabras claves tras esta nueva crisis. La cual, además, tiene lugar en medio de un giro de fondo en la situación militar que está elevando al máximo las tensiones en la compleja y sufrida sociedad caucana.

jueves, 20 de septiembre de 2012

RESEÑA Nº 1


RESEÑA: LAS RAZONES DETRÁS DEL CONFLICTO EN EL CAUCA, DE FERNANDA ESPINOSA MORENO


Espinosa es historiadora de la Universidad Nacional[1], con un interés por la historia social del siglo XIX, esencialmente en la cultura política de la Independencia y los grupos indígenas. Por eso, su análisis de carácter estructural, se basa en exponer el conjunto de factores que determinan el curso de las acciones de guerra en el país, a través de la situación que está viviendo el departamento del Cauca, que se caracteriza por ataques, enfrentamientos, asesinatos y amenazas, especialmente en el municipio de Toribío, donde se perjudica directamente a la población civil. De las cinco razones que la autora desarrolla, por las cuales el conflicto se concentra en esta región, para el objeto de esta investigación voy a introducir dos: la primera, es que el Cauca es un corredor estratégico para la movilidad de armas y drogas que está en disputa por los actores armados ilegales y la segunda, es el plan de guerra que implementó el gobierno en la región para ganarse a la población o para dividirla.

El Cauca es parte de un corredor determinante en la movilidad de armamento y de drogas, que vincula al departamento, con Tolima y el Valle del Cauca; como dice la autora: “la cadena del negocio ilegal se expande en una ruta que recorre desde el Norte del Valle hasta las salidas al pacifico” (Espinosa: 2012), parte de estos negocios se consolidan en Buenaventura, a la par con el contrabando, de ahí que los actores armados al margen de la ley breguen por su permanencia en la zona, principalmente por el control del tráfico de drogas. Además de lo mencionado por la autora, también estoy de acuerdo con que el Cauca representa una ubicación favorable para los cultivos ilícitos, fuente del sustento económico que requieren los insurrectos.

Hay una distancia inferior a 90 kilómetros entre Toribío y Cali, esta última es la tercera ciudad más grande del país, lo cual evidencia el interés de las FARC de mantenerse en el territorio, mientras que al Estado le incomoda. Espinosa explica dicha presencia: “que puede ser entendida por la opinión pública como una señal de flaqueza de  la política de seguridad del actual gobierno” (Espinosa: 2012), por esa razón es que se lanza el plan de guerra “Espada de Honor” para recuperar el orden y reiterar la presencia política y territorial por parte de la administración en la región. La dificultad radica en los habitantes indígenas y campesinos de la zona, que ya han tomado medidas para defender su autonomía y se resisten a permitir una intervención ilimitada del Estado.  Por mi parte, considero que la presencia del Estado en la zona, se justifica primordialmente en la ampliación de su soberanía, que ha sido difusa durante muchos años y, que por tanto, ha permitido a la guerrilla extender y perpetuar su existencia. Además de que parte de la población ha terminado involucrándose en el conflicto a causa del insuficiente apoyo que ofrece el gobierno para mejorar su calidad de vida.

Ciertamente en el departamento del Cauca se gesta uno de los conflictos más perjudiciales para el país, que está apoyado en problemas sociales como el narcotráfico y en problemas políticos como la deficiente seguridad que se ofrece. Es por ello que resulta oportuno el análisis de Espinosa, para dejar ver que el problema en el Cauca se arraiga especialmente en los intereses conjugados de los grupos armados, del Estado y sus proyectos en la región, además de la misma población. Como nueva perspectiva, aconsejo consultar el artículo Toribío: vivir bajo las balas de Castrillón, para ampliar la percepción que se tiene sobre el estilo de vida que tienen los habitantes de Toribío, Cauca.






[1] Ha realizado trabajo investigativo en los campos de ciudadanía, cultura política y actores subalternos. Actualmente es estudiante de la maestría en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá e  Investigadora Asociación MINGA.

CRISIS ANUNCIADA

La toma de Berlín fue el momento culminante de  una furia que se vio venir y a la que el gobierno reaccionó con notoria lentitud. El primer aviso tuvo lugar el martes 10, cuando los indígenas rodearon un puesto militar en Monte Redondo, en Miranda, y destruyeron tres trincheras de la policía en Toribío. El 11, durante la visita que el presidente Santos hizo al pueblo, iniciaron la toma del cerro Berlín para hacer lo mismo y fueron a hablar con las Farc para que quitaran sus dos retenes de la carretera que viene de Santander de Quilichao. Naciones Unidas y el juez español Baltasar Garzón visitaron la zona y ofrecieron su mediación.

El 17, la población bloqueó la vía entre Corinto y Caloto, exigiendo la salida del Ejército del caserío de Huasanó. Al día siguiente, mientras el gobierno retomaba el cerro Berlín, en La Laguna, un resguardo de Caldono, un disparo “por error” del ejército acabó con la vida del joven indígena Fabián Güetio. La reacción mostró que los ánimos distaban de aplacarse: la patrulla fue rodeada por guardias indígenas, retenida y conducida a Caldono. En Toribío, los indígenas detuvieron a cuatro guerrilleros en las afueras de Toribío y, el 19, les iniciaron un juicio público, según su costumbre. Simultáneamente, en Huasanó, en medio de un tiroteo durante choques con el ESMAD, murió un campesino y tres fueron heridos.

Solo cuando ya casi todos estos hechos se habían acumulado, el gobierno reaccionó, retomando las bases militares en los cerros en Miranda y Toribío, y el Presidente hizo un Consejo de Seguridad en Popayán. Se cambió el mando de la III División y se anunció la puesta en marcha del Comando Conjunto del Suroccidente, que buscará integrar la actividad militar con la acción civil del Estado. Y solo entonces, una semana después de que durante la visita presidencial se perdió la oportunidad de hablar, se invitó a los indígenas al diálogo. Sin embargo, la crisis misma sigue tan viva como las razones, coyunturales y estructurales, que la originaron.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

MANIPULACIÓN MEDIÁTICA Y SOLIDARIDAD

Dora, comunicadora popular, reflexiona que “tenemos claro que en Colombia la comunicación, como muchos otros temas, no es un derecho, sino un negocio”. Para ella, “los medios masivos responden a intereses, sólo hacen propaganda dependiendo de quién está arriba en el poder. Somos conscientes del papel que juegan los medios de comunicación en el país”.

Tejido de Comunicaciones ha interpuesto demandas contra directores de medios masivos de comunicación, como el director de Caracol Radio y RCN televisión. Estos medios han presionado a algunos indígenas para que en pantalla acusen directamente a sus compañeros de pertenecer a la guerrilla; muchas veces, incluso los sacaban del territorio y eran llevados hasta la capital de Colombia, para desde allá ejercer mucha más presión.

Por eso, el trabajo como colectivo de comunicaciones se basa en contar desde adentro la realidad de los pueblos indígenas de Colombia, con responsabilidad, crítica, análisis y una postura política clara; trabajan la radio, la prensa y lo audiovisual desde el software libre, para así hacer del proyecto toda una propuesta de liberación.

A pesar de la estigmatización que se dio a través de los medios masivos en cuanto al desalojo de la fuerza pública, se generó una fuerte red de apoyo y solidaridad -sobre todo de estudiantes y mujeres- desde algunas ciudades del país; realizaron acciones de protesta frente a sedes del gobierno o medios de comunicación; también hicieron presencia en las comunidades indígenas.

RESEÑA: LA BATALLA POR EL CERRO DE LAS TORRES, DE JOAQUÍN VILLALOBOS.

RESEÑA: LA BATALLA POR EL CERRO DE LAS TORRES, DE JOAQUÍN VILLALOBOS.

19 de julio de 2012


El ex guerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos escribió la semana pasada en El País de España, a propósito de la crisis del cerro Berlín:



La historia militar está llena de legendarias y sangrientas batallas por el control de colinas, cerros y edificaciones. Una altura debe defenderse ferozmente porque de esta puede depender la victoria o la derrota. Sin embargo los recientes sucesos en el cerro de las Torres de Toribío, en el departamento del Cauca, quizás sean un signo positivo sobre la evolución del conflicto colombiano. Las experimentadas tropas del Ejército fueron desalojadas por indígenas armados de palos y piedras. Luego, el cerro fue recuperado por policías del escuadrón móvil antidisturbios con gases lacrimógenos. Estamos acostumbrados a ver policías luchando contra protestas en ciudades, pero policías tomando a bastonazos un cerro de interés militar ocupado por civiles desarmados, no es común y menos si hay guerrilleros y militares en las vecindades.



Si se olvida la historia, este hecho puede ser interpretado como algo grave, pero en un país de matanzas y violencia brutal, esto es especial y nuevo. La mezcla de intereses de pobladores civiles por vivir en paz, con los de las FARC por restablecer su dominio militar, más los del Estado por consolidar su autoridad, podrían estar abriendo una coyuntura con más características político-sociales que militares.



Que los habitantes de estas comunidades se atrevan a movilizarse en una protesta bajo un entorno de guerra, es un indicador de pérdida del miedo y también una señal de progreso democrático. Sin duda una parte de ellos responden políticamente a las FARC, pero en tanto no estén armados son civiles con derecho a la protesta social; el uso proporcional de la fuerza y sobre todo el diálogo con ellos es lo democráticamente correcto. ¿Significa todo esto que la seguridad y la guerra en Colombia están empeorando? Por el contrario, significa que podría estar abriéndose una oportunidad para que el conflicto termine.


La razón principal de la violencia ha sido la ausencia de Estado en la Colombia rural profunda. En la actualidad las FARC realizan la mayor parte de sus operaciones militares en territorios que controló durante décadas, es decir, que sus acciones son ahora estratégica y moralmente defensivas. Para el Estado establecerse en esa Colombia rural profunda es, en alguna medida, la última fase del conflicto. Esto implica retos que ya no son solo militares. La presencia del Estado debe adquirir sentido para los que siempre estuvieron olvidados, no importa sin son bases de la guerrilla. Pareciera estar cobrando fuerza una nueva situación en la que tanto el Estado como los guerrilleros necesitan disputarse mentes y corazones, y esa lucha es más eficaz sin balazos. La inédita batalla por el cerro de las Torres tiene un poco de eso.

FURIA INDÍGENA

La mayoría del país que vive en las ciudades, al abrigo de los estragos directos del conflicto armado, asistió, sorprendida e indignada, a la toma del cerro Berlín, donde están las torres de comunicaciones de Toribío y del Ejército, el martes 17 de julio. El contraste con las imágenes de los estudiantes en Bogotá abrazando a los policías antimotines durante su protesta el año pasado no podía ser más fuerte. En lugar de la resistencia pacífica de la que ha hecho gala el pueblo Nasa, indígenas vociferantes que amenazaban y empujaban con sus bastones a los militares invadieron su base, destruyeron sus trincheras y, a la brava, sacaron a soldados, equipos y comida, de la cima del cerro.

La conducta de los militares, que prefirieron dejarse expulsar a usar sus armas contra civiles, no solo habla de avances en el respeto a los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, sino que evitó una tragedia y reforzó el sentimiento de solidaridad con ellos. Tanto se desbordó la situación que, más tarde, los líderes indígenas se disculparon. “Tengo que reconocer que allí nos equivocamos”, le dijo Feliciano Valencia, uno de ellos, a SEMANA.

El miércoles 18 en la madrugada, después de un tweet del Presidente –“No quiero ver un solo indígena en bases militares”–, el ESMAD, el escuadrón antimotines de la Policía, puso fin a la toma del cerro y, horas después, los dirigentes de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN), que la habían liderado, y delegados del gobierno conversaban en Santander de Quilichao. Al día siguiente hubo otra reunión, en Toribío, con delegados de la ONU y la Defensoría. Se acordó que los temas de fondo se discutirán, a partir del martes 24, en una mesa de diálogo en Bogotá. Eso bajó la temperatura. Pero, para entonces, la crisis llevaba ya una semana.

domingo, 16 de septiembre de 2012

RESEÑA DE: TORIBÍO: VIVIR BAJO LAS BALAS. DE GLORIA CASTRILLÓN.

Martes 31 de julio de 2012

El tema de este artículo, es que para la gente de Toribío la guerra se ha convertido en una situación del día a día, a la que la mayoría de la población se ha visto forzada a habituarse y frente a la cual no se puede hacer nada. Los procesos a los que la autora alude son los siguientes: narra la experiencia que han tenido algunos habitantes con el conflicto, como es el caso de la señora Leticia y la señora Martha; expresa de manera sucinta algunos de los sucesos más fuertes que han ocurrido en el pueblo en materia de guerra; cuenta como ha sido la presencia de la fuerza pública en la región; menciona la forma en que se conformo la resistencia de las comunidades indígenas, en respuesta a la masacre del Naya; el fortalecimiento que se le dio a la guardia indígena; las acciones que asumirían las autoridades locales en caso de emergencias; la estadística que se tiene sobre los ataques al casco urbano;  y el lenguaje al que se han habituado los lugareños a causa de la guerra.
Leticia nació en Toribío, se fue de niña y regresó en 1986 para hacer su vida con un negocio de venta de ropa y misceláneos junto a Ronaldo, su esposo. Hoy con 53 años de edad, ella ha reconstruido su casa en tres ocasiones: primero fue en julio de 2002, cuando un grupo de guerrilleros invadió en su hogar para atacar, desde ese lugar, la estación de policía de Toribío; la segunda fue en abril de 2005, que una lluvia de pipetas devastó el cuartel y, de paso, parte de su hogar; la tercera fue el 9 de julio de 2012, cuando las Farc hicieron estallar una chiva cargada de explosivos y en su tentativa fallidapor destruir el bunker de la policía, terminaron con 117 edificaciones vecinas.


El almacén de Leticia y Rolando todavía tiene las paredes agrietadas, las vitrinas sin vidrios y las puertas retorcidas. - Foto: David Schwarz
 
Escasos días de paz recuerda haber vivido. “En 1993 hicieron la primera toma, pero solo eran disparos. No como ahora, tan cruel, con pipas y tatucos”. Esta mujer alberga en su memoria las fechas que han marcado la historia reciente del conflicto en este municipio que tiene 32.000 pobladores. Recuerda que la primera vez que las Farc utilizaron pipetas para atacar a la policía fue el 11 de julio de 2002. A la una y cuarto de la tarde arribaron unos guerrilleros y sin mediar palabra forzaron las puertas e ingresaron a su casa. Ella tuvo que huir con su familia y solo pudo volver al siguiente día, cuando el cuartel quedó en el piso y los 13 policías, sometidos, humillados y en ropa interior, salían en calidad de secuestrados. La intervención de las autoridades indígenas logró arrebatarles los uniformados a los guerrilleros. “Me dio tanta tristeza ver la casa, olía a pólvora, todo estaba sucio, esa gente había dejado costales y sus cosas, habían saqueado el negocio”.
En esa época el gobierno no le proporcionó dinero para enmendar los daños, que por fortuna fueron menos de los que ella se había imaginado: solo tuvo que reconstruir la parte trasera de la casa que fue utilizada como trinchera por los subversivos para lanzar pipetas a sus enemigos. Después de esa arremetida, la policía no volvió por esas montañas aproximadamente por un año, en el que según ella, la guerrilla se incrementó porque se llevaba jóvenes para la milicia (los milicianos actúan vestidos de civil en los cascos urbanos).
Como si fuera poco, Leticia y sus paisanos empezaron a sobrellevar otro tipo de ataques. Cuando viajaban a Santander de Quilichao los culpaban de ser guerrilleros o colaboradores. “Empezamos a escuchar que los paras iban a entrar al pueblo. Hubo muchos muertos y desaparecidos. Era terrible salir de acá”, reprocha. Poco tiempo después regresó la policía al casco urbano pero no resultó ningún alivio para la comunidad.
“Nos llenaron el pueblo de trincheras. Yo no estaba de acuerdo porque quedamos encerrados, acorralados. Los hostigamientos se hicieron constantes, no podíamos desayunar, almorzar, ni dormir y si queríamos salir teníamos que pasar por esas trincheras, que se convirtieron en blanco de la guerrilla”,  recuerda con intranquilidad. Fueron varios los civiles y policías que cayeron heridos por estar cerca de esos muros levantados con bultos de arena pintados de verde oliva.
“Aquí la vida es tensa con policía y sin policía”, indica ella sin entrar a participar en la polémica más reciente. Lo que sí tiene presente es que por esos días, las autoridades y la guardia indígena se organizaron mejor y crearon los puntos de asamblea permanente, sitios estratégicamente situados para que los civiles se protejan durante los combates, cada vez más periódicos. 
Fue en una junta directiva de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, ACIN, (que congrega 19 cabildos y 14 resguardos en Toribío, Caloto, Miranda, Corinto, Jambaló, Santander de Quilichao, Buenos Aires y Suárez) de 2001, que las autoridades indígenas dispusieron declararse en resistencia, ante la arremetida paramilitar que justamente en abril de ese año había dejado su huella de muerte con la masacre del Naya, en la que 102 miembros del bloque Calima comandados por H.H. mataron a 32 indígenas y campesinos y desaparecieron a 10 más.
“Hicimos un documento que se llamó Minga en Resistencia y se decidió que no saldríamos del territorio, por más amenazas que nos llegaran (varios líderes habían sido asesinados por las Farc y los paramilitares). Se tomaron acciones, como fortalecer la guardia indígena sacando 10 miembros por vereda para capacitarlos en atención humanitaria y de desastres”, explica Ezequiel Vitonás, alcalde de Toribío.
Con el precepto de “aquí nacimos, aquí tenemos el ombligo enterrado y aquí moriremos”, cada cabildo conformó unidades de 5 o 6 veredas para identificar dos lugares estratégicos (plan A y plan B) donde se pudieran escudar de las balas y se organizó la logística para albergar y atender grandes grupos. Estos espacios están señalizados con banderas blancas, con la verde y rojo que caracteriza la organización indígena, e incluso ondean en algunos de ellos banderas de organizaciones humanitarias o de países europeos.
Una delegación de mayores ubicó sitios para almacenar comida en caso de emergencia. Solo ellos saben cómo y dónde hacerlo. “Ellos hablan de sus experiencias, de sus históricas luchas desde la cacica La Gaitana, pasando por la Guerra de los Mil Días y La Violencia de 1948. Dicen que en la guerra lo primordial es la comida, cada sitio de asamblea tiene su propia huerta”, dice Vitonás, quien participó en la elaboración del documento como consejero de la ACIN.
Cuando se sobreviene el conflicto la guardia indígena organiza y transporta a los civiles a estos lugares. Una vez allí, se conforman comisiones de educación, salud, alimentación. Los profesores organizan a las mujeres para tejer, a los niños les preparan actividades lúdicas. La idea es que la vida transcurra en relativa calma y que el impacto sea menor.
“En el documento definimos que no estaremos con ninguno de los actores del conflicto. Se dijo que era como pasar un puente de una viga sin ningún pasamanos. Hablamos con la guerrilla y los paramilitares. Hubo un trabajo nacional e internacional para dar a conocer ese plan y hasta el momento han respetado los sitios. A veces la guerrilla o el ejército han intentado entrar, pero la guardia los hace salir”.
En el casco urbano de Toribío el sitio de asamblea está en Cecidic un centro de educación técnica y agropecuaria que puede albergar hasta mil personas, cuenta con una bodega y una cocina que puede alimentar a cinco mil personas. Hasta allí llegó Leticia con su familia en el 14 de abril de 2005, cuando ocurrió el peor ataque a la estación de Policía. 
“La lluvia de balas empezó como a las seis y media de la mañana, yo ya había visto que la cocina era el sitio más seguro, porque tiene plancha de concreto y está como en la mitad de la casa, y como siempre, corrí para allá. Empezaron a llegar mis vecinos que veían mi casa segura, éramos como 23 personas. De pronto nos cayó una pipeta. Fue terrible. Sentimos que se levantó toda la casa, todo tembló. Busqué una tela blanca y salimos, pero no teníamos por donde pasar por las trincheras. Fue eterno pasar el parque porque caían pipas por todos lados. Cuando volvimos, las gallinas estaban quemadas y la parte de atrás de la casa estaba en el piso, habían saqueado el almacén”.
Leticia recibió una plata que no le alcanzó para casi nada, pero como pudo volvió a levantar los cuartos y el baño de la parte trasera. No había acabado de resanar los daños, cuando estalló la chiva bomba el año pasado. Lo poco que había levantado volvió a quedar abajo, pero esta vez toda la casa quedó agrietada y las puertas metálicas retorcidas. Ella muestra las marcas de las balas que permanecen en el techo, en el lavadero, en la tapia. Ya perdió la cuenta de los ataques, de las veces que se ha tenido que refugiar en la cocina. Pero el proyecto Nasa, que dirige Gabriel Paví, sí tiene la estadística: desde 1993 Toribío ha soportado 14 tomas guerrilleras y más de mil hostigamientos.
¿Y cuál es la diferencia? Cualquier lugareño la explica con naturalidad: “hostigamiento es cuando los guerrilleros disparan desde lejos a la policía, generalmente duran un par de horas; toma es cuando los guerrilleros se acercan al pueblo para atacar la estación de policía con pipetas y tatucos (morteros artesanales), también se escuchan disparos alrededor del pueblo y pueden durar varios días”.  
Es un glosario macabro que manejan por igual niños y adultos. Un lenguaje al que están habituados. Aquí es común cargar banderas blancas, es normal escuchar el silbido y el traqueteo de las balas e identificar de qué bando provienen, es fácil distinguir el ruido y la apariencia de un tatuco o de un cilindro bomba y conocer cómo maniobran un avión supertucano o un helicóptero Black Hawk antes de atacar.
Así como Martha y sus cuatro hijos también se acostumbraron a meterse debajo de la cama cuando empezaban los disparos. Durante 10 años vivieron en una casa ubicada a 50 metros de la estación de Policía y su rutina se habituó a la cotidianidad del conflicto. Los niños no podían jugar en la calle y la mamá escasamente salía a trabajar. Como Leticia, esta mujer cabeza de familia, tuvo que salir tres veces huyendo del hogar porque el techo y los vidrios saltaban en pedazos y escasamente quedaban las paredes en pie.
Pero no ha vuelto. La explosión de la chiva bomba, de la que se salvaron de milagro, los puso a deambular por el pueblo. No ha recibido plata para reconstruir su vivienda. Ahora vive a las afueras, cerca al cementerio. Pero está aburrida. “Allá está la otra gente (la guerrilla), hostigan desde allá y como tengo que trabajar, los niños quedan solos”, dice angustiada.
Mientras Marta cuenta su historia, Keiner y Zulai, los más pequeños, juegan con los casquillos de las balas que todavía están en lo que fuera la sala de su casa. Tiene miedo, pero admite que si le dan un auxilio para arreglar la casa, volvería sin pensarlo. “Ya no sé dónde meterme con mis hijos”.(Castrillón: 2012)

Martha y sus hijos se quedaron sin hogar. Su casa fue destruida hace un año con la explosión de una chiva bomba con la que las Farc pretendían volar la estación de Policía. - Foto: David Schwarz

SEÑOR, ¿USTED SABE QUIÉN ES EL "PELAO" DE LA FOTO?

Señor, ¿usted sabe quién es el "pelao" de la foto?

Alejandro Hernández debió salir, en 2005, de Toribío, Cauca, luego de una incursión guerrillera. Años después, revivió su historia gracias a una fotografía que vio durante una visita a El País.
Por David Alejandro Hernández Banguero
Estudiante de la Institución Educativa Técnica Industrial Comuna 17
Participante de Prensa Escuela


Todo comenzó el viernes 5 de diciembre de 2008, en la visita que hicimos a las instalaciones del periódico El País, con el grupo de Prensa Escuela. Mientras observábamos una pared donde estaban las fotografías más impactantes, vi una imagen que se me hizo familiar. Me acerqué y le pregunté a uno de los fotógrafos:

— Señor, ¿quién tomó esta foto?
— Yo, ¿por qué?, me respondió Oswaldo Páez, el editor de fotografía del diario y también docente y estudiante de la Facultad de Comunicación de la Universidad Santiago de Cali.
— ¿Usted sabe quién es el pelao de la foto, el que tiene el pelo amarillo y está de espalda, junto a otras personas?
— No, la verdad no sé quién es.

Su respuesta no me sorprendió, pero la mía sí lo dejó pálido:
— Ese niño que está en esa foto soy yo.

Mi amiga María del Mar Giraldo, que conoce mi historia y sabe que yo había vivido en Toribío, Cauca, fue la que me dijo que entre las fotos había una que a mí me gustaría ver.

Me reconocí de inmediato, volví a ver a muchos de mis amigos. Me dio algo de nostalgia, pero me sentí bien.
¿Usted también estuvo ese día en Toribío?

Hablando con Oswaldo, me contó que presenció algunos momentos de la toma guerrillera a Toribío, ese 14 de abril de 2005. Yo tenía 11 años.

Recuerdo que mi escuela, la Institución Educativa Toribío, que queda al frente de mi casa, estaba totalmente invadida por miembros de la Columna Móvil Jacobo Arenas. Una guerrillera, con un megáfono, decía que por “el bien del casco urbano de Toribío, la policía debía entregar las armas”.

Mientras tanto, de la casa del señor Braulio Mendoza ubicada al frente del parque, salían llamas que alcanzaban los tres metros de altura.

Mi mamá, Ana Cristina Banguero, junto con mi padrastro, Alexander López Ortiz, el señor Saulo Chaguendo y los docentes Édgar Pavi, Yimer Pavi y Nelly Pechené salieron con una bandera blanca suplicando a gritos que por favor no lanzaran más cilindros-bomba a las viviendas, pero los guerrilleros hicieron caso omiso.

Este grupo de personas continuaron hacia el parque, pero al pasar por la casa del señor Orlando Fajardo, donde varios policías habían instalado una trinchera, un tiro disparado por la guerrilla impacto en la pantorrilla de la pierna izquierda de la docente Nelly Pechené.

Por esto, el profesor Yimer, esposo de Nelly, y su cuñado, Edgar, debieron cargarla para llevarla al hospital.

El resto del grupo llegó hasta la casa que estaba ardiendo para intentar apagarla, pero era imposible porque el fuego se había propagado a los solares de las viviendas vecinas.

Cuando mi madre ingresó a la casa, en la parte de atrás se escuchó una gran explosión, seguida de llantos y gritos. Mi mamá salió corriendo a mirar qué había sucedido, cuando vio dos civiles heridos y tendidos en el piso, afuera de nuestra vivienda, que fueron alcanzados por las esquirlas de una granada de fabricación casera, la cual no alcanzó a caer al piso por que un perro saltó y la atrapó, confundiéndola con una pelota, y la hizo detonar.


"Que salgan todos de aquí"


Dos de los heridos fueron don Argemiro Yalanda, que tenía una fractura en el cráneo, y su sobrino Álvaro Yule, quien tenía una herida muy profunda en el abdomen.

Mi mamá, de inmediato, tomó una cobija, la puso en el piso, improvisó una camilla y pidió ayuda para mover a don Argemiro, que era el más grave. Entre varias personas lo llevaron al hospital.

Pero cuando mi mamá regresaba, uno de los insurgentes se dirigió a ella y le dijo:

— Usted, que es la autoridad, sáqueme a toda esta gente de aquí (señalando la cuadra donde estaba el Banco Agrario), porque venimos preparados para ´voliar´ plomo tres días.

Entonces, mi madre le dijo a mi padrastro que se fuera con mi hermana Heidy Tatiana y conmigo para el hospital.

En el camino pasó un cilindro-bomba por encima de nosotros. Mi hermana se desmayó, pero a los pocos segundos reaccionó y continuamos hacia el hospital.

Con una bandera blanca, mi madre se fue de casa en casa evacuando las familias para el hospital, que era el lugar más cercano y se suponía que el más seguro.

Después de esta tarea, ella regresó al hospital y se encontró con la trágica noticia de que un menor de 9 años de edad había sido impactado por un tiro de fusil en la frente mientras intentaba cubrirse del ataque al interior de su hogar.

Mi mamá realizó el levantamiento del menor, porque ella era la Inspectora de Policía y Tránsito de Toribío. Luego se fue a acompañar a un alguacil del cabildo, que había dejado sus tres hijos solos en una vivienda, al otro lado del pueblo.

Cuando regresaron con los menores al hospital, se encontró con la noticia de que mi hermana había sido alcanzada por una ojiva, calibre punto 50, en el brazo derecho, la cual ingresó por el techo del hospital.

El proyectil provenía de un helicóptero del Ejército que sobrevolaba el área del hospital, ya que atrás de éste se encontraba un grupo de subversivos con uno de los cañones con los cuales lanzaban los cilindros-bomba.

En vista de que el hospital no era seguro, reunieron a todos los menores en el único cuarto del hospital que tenía plancha. En esa habitación había unas ventanas que podrían explotar por las ondas explosivas y herirnos con los vidrios.

Exactamente en ese punto fue donde Oswaldo tomó la fotografía. En el hospital, trescientas personas fueron alimentadas y atendidas con unos víveres e implementos de aseo personal que mi madre consiguió en una tienda.

En el barrio El Coronado había ocurrido otra explosión, la cual dejó más de 20 civiles heridos. A medida que pasaba el tiempo llegaba más apoyo de la fuerza pública.

Mi hermana fue remitida al hospital de Santander de Quilichao, junto con la profesora Nelly Pechené y el resto de heridos, ya que todos presentaban gravedad porque las esquirlas de granadas estaban contaminadas con excretas humanas, estiércol de cerdo y cianuro, esto provocó que se infectaran y les diera peritonitis.

Algunas personas retornaron a sus hogares; sin embargo, los hostigamientos continuaron por varios días.

En esa toma, murieron Yorman Tróchez (el niño de 9 años de edad), un suboficial y un policía. Además, fueron destruidas siete viviendas y 20 más quedaron seriamente afectadas.

Dos días después, durante uno de los hostigamientos, mataron a otro oficial y a un policía dentro de la trinchera ubicada en la casa del señor Orlando Fajardo.

Por todo esto, cuando María del Mar me tomó del brazo y me paró justo en frente de la fotografía, se me vinieron muchos recuerdos a mi mente. Recordé a mis amigos, volví a tener la imagen de mi mamá pidiéndoles a los vecinos que salieran de sus casas y se refugiaran en el hospital. Volví a sentir a qué olía Toribío.

Ese día, cuando supe quién había tomado una fotografía que sirvió para que la gente se enterara de qué había pasado en mi pueblo, recordé aquellos momentos que espero no volver a vivir. (Hernández: 2008)

sábado, 15 de septiembre de 2012

ACCIÓN URGENTE TOMA ARMADA A TORIBIO‏

TOMA ARMADA A TORIBIO

Hoy 09 de julio del año 2011, nuevamente la cabecera municipal de Toribio y sus habitantes son blanco de una fuerte toma guerrillera que se adelanta desde las 9:30 a.m. por parte de la guerrilla de las FARC. El balance parcial de los enfrentamientos armados hasta el momento es: 63 heridos entre niños, mujeres y adultos por esquirlas, 2 civiles muertos, uno de ellos de nombre Jesús Muñoz de profesión expendedor de carne y el otro sin identificar hasta el momento, varias casas averiadas por impactos de artefactos explosivos. Las personas heridas en este momento son trasladadas a los Hospitales de Caloto, Santander de Quilichao, Popayán y la ciudad de Cali Valle.

Los Guardias indígenas reportan de la misma forma enfrentamientos armados en el municipio de Corinto donde fue destruido el puente las vacas en el área urbana, Caloto específicamente en la vereda el Chocho, en el Corregimiento de Mondomo Santander de Quilichao y en veredas del municipio de Jámbalo, vereda Vista Hermosa Corregimiento del Palo Caloto.


Por lo que se observa en el contexto la situación en el transcurso de las horas tiende a ser más compleja razón por la cual y teniendo en cuenta situaciones anteriores, hacemos un llamado a todos los Organismos de Derechos Humanos en términos de activar planes de contingencia a fin de atender de manera oportuna cualquier situación que se pueda presentar en la región.

ASOCIACION DE CABILDOS INDIGENAS DEL NORTE DEL CAUCA ACIN – CXHAB WALA KIWE.
Santander de Quilichao Cauca, julio 09 de 2011
Organizaciones que adherimos y difundimos este boletín y alertamos a la comunidad nacional e internacional:
Colectivo de DDHH Surcando Dignidad
Identidad Estudiantil

Red de Hermandad y Solidaridad con Colombia Nodo Valle
Movice-Capítulo Valle
Asociación Nomadesc
Sintraunicol Cali
CSPP-Valle

CARTA ABIERTA DEL PADRE EZIO ROATTINO DESDE LAS ENCRUCIJADAS DEL CONFLICTO Y DE LA GUERRA EN LA BÚSQUEDA COMÚN DE CAMINOS DE PAZ

Toribío, julio 25 de 2012

Dichosos los constructores de paz porque serán llamados hijos de Dios“, dice Jesús (Mt. 5,9)

Caminante no hay camino, se hace camino al andar y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar“.

Busquemos juntos caminos nuevos, no volvamos a recorrer y repetir caminos ensangrentados. La mirada está en la paz, el camino será la paz, con la fuerza de la esperanza, de la conciencia y de la verdad, arriesgando la aventura de la fraternidad.

Uno de estos días, el 18 de julio, subí al cerro de las Torres de comunicación del Berlín. ¿Por qué?

Porque el día de mi ordenación sacerdotal me dijeron que para acompañar a la comunidad debía inspirarme en el “Buen Pastor que está donde está el rebaño”, sea en la hora del sol y del pasto fresco, sea en la hora de los lobos.

Subí al cerro de las Torres, porque Amerindia está escribiendo otra página en el doloroso camino comenzado en el lejano y cercano 1492.

Allá en las Torres del Berlín estaba la Comunidad en resistencia civil, defendiendo y reclamando la paz, que es la contraseña de la vida. Me quedé una noche y un día. Debía responder a preguntas que se hacía y me hacía la Comunidad y que yo mismo sentía la necesidad de profundizar, casi buscando reconfirmar mi sacramento de la confirmación.

¿Me equivoqué acompañando en estos treinta años al pueblo Nasa?

¿Caí en la trampa de una guerrilla infiltrada, de un pueblo terrorista?

Lo que encontré es el alma de un pueblo que tiene raíz, que tiene sueños, que tiene historia, que tiene religión y cultura, que tiene resistencia para ser lo que es y lo que quiere ser.

Encontré a las madres que decían al Gobernador del Cabildo: “Mande una delegación de mujeres a hablar con el ESMAD, a veces las mujeres podemos hacer algo más” y a los jóvenes impetuosos decían: “No busquen la agresión“.

La gente de la Comunidad allí en el cerro, comía algo, rápido, de pié, dormía sobre un plástico, porque se sabe en Éxodo, y el día de la confrontación estuvo vigilante, corriendo para llevar al puesto de salud a los heridos y asfixiados por el gas.

Había un joven muchacho, un Guardia Indígena, de unos 15 años, con manos limpias, sin instrumentos de guerra, en el filo del cerro, a pocos metros de los antimotines. Cayó ahogado por el gas y fue capturado por un soldado. Fue golpeado y se liberó valientemente. Corrió al campo-base y fue atendido por el  personal de salud. Recibió alguna atención médica y como no estaba fracturado, a los 15 minutos, sin comer nada, corrió nuevamente a retomar su posición, allí donde había caído y se había levantado.

Un joven cargado de siglos, atalaya del mañana, David y Goliat de nuevo, de frente. Decía, y con él los compañeros: “Ésta es nuestra tierra“.

Historias épicas de valentía y de riesgo, como éstas, las había leído en tiempos de mi juventud en las narraciones de la independencia de los países europeos. Ahora las veía con mis ojos, aquí en este morro, Calvario y Tabor, al tiempo.

Bajé de la montaña recargado, no de exaltación, sino de decisión y de agradecimiento. Con el pueblo Nasa siguen caminando la Gaitana, Juan Tama,
Manuel Quintín Lame, Pedro León Rodríguez, Álvaro Ulcué, Cristobal Sécue.
Sólo por esta experiencia valió la pena haber subido a las Torres.

Pensando en la arremetida de la mañana, cuando los antimotines habían desplazado a los Nasa desde el filo de las Torres, corría por mi mente la palabra de un gran Obispo de América, Pedro Casaldáliga: “Soldados vencidos de una causa invencible“.

No me había equivocado, entonces, cuando acepté la invitación del Padre Álvaro Ulcué, en aquel lejano 1982, aventurándome a caminar por las montañas de Toribio y del Cauca.

Hermanos representantes del Estado, hermanos de la insurrección armada, hermanos caminantes en la búsqueda de la paz de todos los rincones del país, aprovechemos esta hora, descifremos el llamado, escuchemos al profeta Isaías: “Forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra.  Casa de Jacob, casa de Colombia, en marcha, caminemos a la luz de Yahvé
(Is. 2,4).

¿Por qué tanto gasto en armas? Si este dinero estuviera al servicio de la educación y del empleo, sobrarían los antimotines y los “reclutamientos” para la guerra.

¿Por qué no intentar esta “aventura imposible”?

Hombres de la guerra, ¿cuándo nos daremos cuenta que somos hermanos, por sangre, por nación, por bautismo, por un don del Creador?

¿Quién nos ha enseñado a sembrar y legalizar desolación, terror y muerte?

¿Por qué hemos cancelado de la conciencia el mandamiento del amor que está por encima de todo: “No matarás“, “Ámense los unos a los otros“?

¿Por qué hemos dejado infiltrar en la vida la legitimidad y la justificación de la muerte?
La infiltración del dinero, el monstruo del narcotráfico, ponen en riesgo mortal la legitimidad de instituciones, agrupaciones y, en primer lugar, cancela la conciencia ética de los corazones.

Redescubramos el sentido genuino de Patria y Revolución. Reconciliémoslos. Miremos a nuestros niños aterrorizados, hijos de víctimas y de victimarios, hijos de la guerra. Desde ellos y con ellos recomencemos a vivir. No más masacre de inocentes. No burocraticemos este momento de nuestra historia. Es un don que interpela nuestra responsabilidad. No al miedo, al desánimo y a la indiferencia.

Ya están en curso diálogos entre gobierno y movimiento indígena en Santander de Quilichao y Popayán. Esperemos que sea un paso firme hacia el diálogo.

Llegó la hora del diálogo, que no es, que no sea, diplomacia, táctica, ganancia y astucia, terquedad en barreras insuperables. Es sencillamente un acto de modestia, de audacia y de amor, creyendo que otro camino es posible. Es sentarse a la mesa de la fraternidad, escuchándonos. Es salir de donde estamos, es desarmar el corazón en primer lugar. Un convite para todos, especialmente para los últimos. Aceptar que el camino puede ser largo: tanto tiempo de conflicto armado incrustado al conflicto social y cultural, pide una buena purificación de la memoria y un cambio profundo que lleve a un renacimiento. Pal Álvaro Ulcué decía:”Que el miedo de matar sea más grande que el miedo de morir“.

Toribio de icono de la guerra y del fratricidio, pasará a ser el laboratorio de paz, el arco iris de un tiempo nuevo.

Agradecemos a todos los visitantes y amigos solidarios de estos días: Naciones Unidas, Cruz Roja, organizaciones indígenas de otros Resguardos, movimientos populares, instituciones nacionales, departamentales, gubernamentales y no gubernamentales, internacionales, personas de la calle, periodistas y comunicadores: nos han traído aliento, amistad y unas nuevas ganas de caminar y de sonreír a la vida.

Que Toribio siga siendo una casa de corazón y puertas abiertas. Un nudo y un cruce de comunicaciones cara a cara y también de comunicaciones virtuales, con corazón de carne. Gracias a todos y que esta “alianza” y “espíritu de familia” sean una avalancha que arrastre el tiempo.

¿De dónde se desencadenó esta sorpresa que estamos viviendo, esta brecha que, tal vez imprevista, se abrió y rompió, sin duda por un tiempo, la oscuridad y el dolor de la guerra?

Era el domingo 8 de julio, las 10:30 de la mañana: en Toribio se escuchó un grito y se vio un levantamiento. ¿Qué pasó? Un “tatuco” cayó sobre el Centro Médico, la IPS indígena, hirió cuatro enfermeras y destrozó a Helena Briceño, la coordinadora de las enfermeras. Ella está ahora en tratamiento médico con una pierna amputada, en la clínica Valle de Lilí de Cali.
Alguien la oyó gritar: “Ayúdenme, ayúdenme, no me dejen morir” – que se traduce-no me dejen matar. En aquel grito que recogía gritos y agonías del pasado, gritaba Toribio, gritaba Colombia.

Los indígenas que estaban en Asamblea permanente en la casa comunal del
Manzano, con el Gobernador del Cabildo al frente, tal vez por un “hilo” que saben manejar los espíritus de la madre tierra y el Espíritu, considerando lo absurdo de que la muerte entrara allá donde se cura la vida a riesgo, sin esperar autorizaciones, sin cálculos de prudencia, obedeciendo a la suprema ley de la conciencia libre e indignada, se levantaron gritando: “Basta ya, no más“.

Van al Alto del Manzano, donde estaba la zona de operación militar de las FARC, secuestran las armas y desmontan el lanza-tatucos. Cesan los disparos. Se despeja el camino para el 9 de julio, aniversario de la maldita chiva-bomba.

El día ya estaba programado para la guerra. Pero no fue así: el 9 de julio de 2012 fue el día de la marcha por la paz, con pronunciamientos de las autoridades, con la decisión de desmilitarizar el territorio. Hubo celebración eucarística. Amaneció. Esta “hora” ya entró en la historia de Toribio y de Colombia. Afuera del lugar había algunos milicianos desfilando con símbolos de paz. “Hermanos milicianos no hagan esto. Escojan. Están camuflando y entorpeciendo la resistencia civil de un pueblo”.

Escucho decir que las autoridades indígenas podrían ser judicializadas por querer la desmilitarización del territorio. Dicen que están en contra el Estado. No están contra el Estado, están contra la guerra, que significa estar contra la muerte que es el resultado de la guerra y que necesita de actores armados.

Mantengamos la lucidez del pensamiento y la verdadera razón de un proyecto de paz que obviamente necesita un clima de confianza y un plan de garantías.

Recordemos el Artículo Primero de la Constitución de Colombia, (las primerísimas palabras de la Carta Magna del país):”Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, con autonomía de sus entidades territoriales, fundada en el respeto de la dignidad humana“.

Los indígenas han hecho resplandecer la Constitución de la República de Colombia transformando la letra en historia. Creo que los constitucionalistas podrán interpretar el “levantamiento” de estos días, con el peso de cada palabra del Artículo Primero, como un grito de obediencia al corazón de la Constitución. Además los indígenas recuerdan a los legisladores que están esperando la puesta en marcha del mandato constitucional de las entidades territoriales.

Los Cabildos Indígenas merecen un reconocimiento del Estado por ser ciudadanos que en horas supremas del camino de la nación, han sido y siguen siendo defensores de los valores supremos de la Constitución de la República.

La prensa y los medios de comunicación (no todos) no han hecho siempre un servicio a la verdad y a la paz. Esto lo digo con pleno respeto a la libertad de opinión y de expresión. Pero la Verdad tiene derechos primarios Hay cosas que no son. Una fotografía de impacto mediático, a veces puede tapar más, que revelar. La complejidad de la situación y el costo del conflicto piden más análisis. También en Toribio tenemos muchas fotografías de indígenas maltratados, vengan y las verán. En nuestros cementerios, en muchas partes del territorio ancestral, hay una cruz que recuerda un derramamiento de sangre.

Dicho esto, también digo que cuando se transgreden los derechos humanos por parte de los indígenas, tengo que denunciarlo claramente, sin excepción de personas. Y estoy seguro y espero que mis hermanos indígenas hagan lo mismo. El campo de la confrontación de fuerzas no es nunca totalmente sereno: hay tensiones, alguna desconfianza, inseguridad, recuerdos dolorosos del pasado. El “el ojo por ojo” no está completamente evangelizado y la disciplina de la no-violencia exige un aprendizaje prolongado. Sepamos ser comprensivos y tener misericordia con todos. No tenemos que colar el mosquito y tragar el camello.

Por gracia de Dios y por mi larga experiencia de años, de situaciones y lugares transitados, busco estar con el samaritano allá por el camino entre Jerusalén y Jericó, donde caen hermanos asaltados y heridos. Luchar por la justicia sí, violencia no. Esto nos enseña el Maestro. Y aquí me encuentro con el Artículo 11 de la Constitución de Colombia.” El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte“.

Hermanos indígenas acostumbrados a las evaluaciones y la autocrítica en las Asambleas, aprovechemos este momento para aclarar alguna cuenta que posiblemente podamos tener abierta con la Comunidad y con todos, en el camino de la igualdad, del servicio y del diálogo.

El Estado en este momento necesita ser sostenido por un nuevo vigor y una nueva sangre, viva y no sacrificada, un convite a la unidad de las diferencias. Hermanos indígenas, sigamos colaborando. Que la organización indígena presente y comparta una entereza entera.

Escuché por un medio radial a un General de la República que llamaba “terroristas” a los indígenas que estuvieron el día del desalojo frente a las Torres de comunicación del  Berlín, y presentando a los antimotines como soldados cumplidores de un Estatuto ético del Ejército.

Me dolió y me duele escuchar estas palabras. Espero que un día, señor
General, las pueda retirar por fidelidad a su conciencia bien informada y por honor a la Patria. Estuve ese día once horas en el escenario de los hechos. Miraba y escuchaba. La Guardia Indígena, con toda la Comunidad, sí ha sido maltratada, y los antimotines no estuvieron a la altura donde usted los pone. No había razones para echar tanto gas de tantos colores, ni de producir tantos heridos, ni de golpear a las personas, ni de cerrar el paso violentamente a quienes llegaban desarmados para solidarizarse con sus compañeros. Señor General, si estos indígenas son terroristas, yo también soy uno de estos terroristas.

El Presidente de la República vino a Toribio en horas difíciles: lo recibió una casa parroquial supermilitarizada. Tocó por la circunstancia. Pero nos dolió mucho porque Evangelio y armas no pueden convivir en la misma casa. Esperamos otra visita del Presidente en una casa desmilitarizada sentado a una mesa de hermanos con el brindis alegre del vino nuevo de la paz.

Toribio, Colombia, llegó una hora nueva: domingo 8 de julio de 2012, 10:30 de la mañana.
Un grito: “No me dejen matar“.
Un levantamiento: “Basta ya, no más“. Un levantamiento que tiene que ver con un levantamiento de Alguien que al tercer día salió de un sepulcro.

Sincronicemos el reloj a las 10:30 del 8 de julio de 2012 El tiempo no se ha parado porque la historia camina y corre. Pero el tiempo si se ha recargado, una nueva conciencia se ha despertado, un pueblo “mayor” se ha puesto a caminar. En este camino los niños están adelante de nosotros, nos miran, nos agarran las manos y nos piden que no los dejemos matar. Ellos merecen algo más que un reclutamiento para la guerra y una tumba antes de tiempo.

¿Los estamos escuchando? Nos hablan a todos nosotros: padres y Comunidad Nasa, Estado, guerrilla y, unidos a los niños del país, y de “las tumbas tempranas”, hablan a Colombia.

Terminando la carta dejo la palabra al Padre Álvaro Ulcué Chocué (hermanos Nasa, no lo olvidemos), en la vigilia de su muerte:”El cuerpo lo matarán, el espíritu no lo matarán, seguirá vivo luchando en la comunidad“.

Una fe en la vida más fuerte que la muerte es el camino, es la consigna de esta hora y de este lugar.

Amaneció, amanezcamos.

Toribio julio 25 de 2012

Pal Ezio Guadalupe Roattino
Misionero de La Consolata

Hermano de todos en nombre de muchos